No te encuentras bien, tienes al cabeza a mil. Muchas cosas que hacer, muchas cosas que pospones, sensación continua de no llegar a todo y un tremendo malestar.
No sabes por donde empezar con todo eso y lo que se te ocurre es comer algo rico. Te vas al súper, porque en casa no hay nada de eso. En tu casa se come muy sano y ciertas cosas no tienen cabida.
Empiezas a comprar de forma moderada, no es para tanto, te dices mientras que recorres el súper de principio a fin.
Cuando estás en la caja te das cuenta que igual es mucho, pero crees que puedes dejar comida o tirarla. ¡ Yo puedo, te dices!
El cajero del súper sin saberlo está asistiendo al preludio de un atracón, pero él que va a saber, eres una clienta más.
Cuando llegas a casa, no esperas ni a ponerte cómoda para disfrutar del tal festín. Esa comida no está comprada para disfrutarla, si no para engullirla. De pie, sin saborear, a toda mecha…mientras comes parece que viene algo de calma, no dura ni diez segundos. En tu cabeza ya no hay ruido, quizás culpabilidad y palabras crueles hacia ti.Además ahora tienes dolor de estómago.
Ojalá el dolor físico amortiguase el dolor emocional, pero no. Solo lo trae al plano terrenal.